No recuerdo cuando “Pongo” vino a casa, supongo que cuando nací el ya  vivía con nosotros. Era un magnifico ejemplar de Setter Irlandés de pelo rojo y lacio, fuerte, alegre, noble, bien plantado, era nuestro perro, uno más de la familia. En casa siempre hubo muchos animales, conejos, gallinas, canarios, gatos, cerdos, pero sin duda el rey era Pongo.

 Hace cuarenta años a los perros se les cuidaba como perros no como sucede ahora que la gente se ha olvidado un poco que son animales y los cuidan  casi mejor que a sus hijos, eso si, educarlos los educan poco, exactamente igual que a sus hijos (en la mayoría de los casos). En esos años las calles del pueblo estaban llenas de perros pues aunque cada uno tenia su casa pasaban el tiempo a careo por las calles. Hasta la gente sabía a quien pertenecía cada perro (también en la mayoría de los casos) aunque había muchísimos que no tenían dueño y vivían a su aire por las calles con los problemas que eso acarreaba. Así llego un momento en que las calles, además de personas, estaban llenas de canes a su bola. Por las noches sobre todo era horrible las que liaban y yo lo se bien por que mi habitación estaba justo en una esquina muy concurrida de perros, de personas, de coches y de horribles y ruidosísimas motos.

 El Ayuntamiento de mi pueblo debió notar que este asunto se le iba de las manos y no se le ocurrió otra cosa que sembrar las calles de huesos envenenados previo aviso por un bando que no leía nunca nadie. Los bandos de los ayuntamientos de los pueblos no los lee nunca nadie. Me consta que esta practica se repetía con frecuencia y lo que aún me sorprende es que nadie nunca se quejó.

 Desgraciadamente Pongo gozaba de esa libertad que tanto le gustaba pues la puerta de mi casa siempre estaba abierta, como antiguamente en la mayoría de los pueblos. El entraba y salía a su antojo como nosotros. Un día a media mañana llegó un poco más tranquilo de lo normal pues generalmente se notaba mucho su trote alegre y el sonido de su respiración cuando regresaba. Esta raza de perros suelen ser muy neviosoa. Yo que pasaba muchas horas de mi ocio en el patio lo vi llegar y sentarse al lado del pozo. En seguida tanto mi hermano como yo notamos que algo raro pasaba pues incluso el brillo de sus ojos no era ya el mismo. Se tumbó, pobrecillo, sin saber que ya no se iba a levantar nunca. Alarmados llamamos a mi madre pues no paraba de vomitar pero ella nos tranquilizaba diciéndonos que algo malo debió de comer por ahí como había sucedido muchísimas veces y que pronto veríamos como se recuperaría. Durante un largo par de horas  asistimos a su lenta agonía. Fue terrible entonces y lo esta siendo en el momento en el que escribo esto pues vienen a mi memoria las miradas que el pobre Pongo levantando levemente la cabeza nos lanzaba con sus ojos dorados ya sin brillo, nos pedía ayuda o simplemente se estaba despidiendo. Al poco rato murió en silencio, así , y en un segundo ya no estaba. La muerte siempre es así.

 Os podéis imaginar lo que para unos niños de esa edad puede significar perder a su fiel amigo y compañero de juegos desde que prácticamente nacieron.Yo no se si lloré, supongo que si. Lo que si recuerdo fue un desconsuelo muy grande y un vacío pocas veces antes había sentido, algo extraño…una sensación que muchos años después se volvería a repetir muchas veces irremediablemente y que me hizo ya tan niño sospechar que la vida iba  a ser un asunto bastante complicado.

 Seguimos mi hermano y yo allí al lado de nuestro querido perro durante un buen rato, como esperando algo, alguna explicación de alguien , algo que nos hiciera comprender un poco lo que acaba de pasar…Mi madre llamó a Tomizo  que era el único mendigo oficial del pueblo y se dedicaba a hacer trabajillos que nadie quería hacer. Aunque en el pueblo había mucha gente con problemas económicos, no fueron unos años fáciles para nadie y Tomizo era el único que ostentaba ese titulo. Aun no se por que llamándose Gabino le llamaban Tomizo. Mi Madre lo llamó para que se hiciera cargo del perro. Eso de las incineraciones de animales es una cosa muy moderna, antes se le tiraba al rio o simplemente se le enterraba en cualquier parte, así que Tomizo cogió a Pongo y , no sin gran esfuerzo pues el perro era casi mas grande que el mismo, lo metió en un saco de plástico blanco de abono en el que se podía leer “Unión de Explosivos Riotinto”, le hizo un nudo con una cuerda vieja y lo cargo en una carretilla. Mi hermano y yo lo seguimos a unos dos metros de distancia formando un cortejo fúnebre escaso pero increíblemente tierno, Pongo, Tomizo, mi hermano y yo. Lentamente subimos la calle que iba de mi casa a la eras y allí en un pozo seco que ya estaba lleno de escombros y demás cosas Tomizo volcó la carretilla y el pesado saco cayó dando vueltas hasta que se encajó en un hueco que había en el fondo. Después el mismo bajo y después de poner un trozo viejo de Uralita  con unas piedras encima y asegurarse de que de resucitar el perro no podría salir de allí nos miró y se alejó lentamente sin decir ni mu…y así mismo, sin decir una sola palabra nos quedamos mi hermano y yo mirando el trozo de saco blanco que asomaba por un hueco que seguía habiendo en la boca del pozo. Así estuvimos unos minutos hasta que sin decir nada también nos fuimos…Que triste fue aquello.

 Días después volvimos a mirar si todo estaba en orden y si, todo seguía igual, el saco blanco podía verse aun allí. Hoy creo que hay unos cómodos y horrendos adosados, a saber donde estarán los huesos de nuestro querido perro!.

 Solo quería recordar la primera vez que sentí muchísimo la perdida de un  animal querido, uno de mis primeros contactos conscientes con la muerte y ya de paso mi pequeño homenaje a aquel perro que quisimos tantísimo. No quiero que quien lea esto piense que se trata de algo triste, de recuerdos que de alguna manera nos torturaron durante años o hechos que nos hicieron daño, no, todo lo contrario, Pongo nos hizo muy felices y nosotros a él. Me parece muy hermoso que dos niños sufrieran tanto aquellos días por la muerte de su perro, y que lo recuerden aun hoy día. Eso curte, enseña, te hace pensar y te vuelve más sensible a todo lo que te rodea. Seguramente al día siguiente nosotros nos levantamos y seguiríamos nuestras vidas normalmente felices pues, aunque ya sin Pongo, mi Madre hizo que tuviéramos una infancia absolutamente maravillosa.

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