Aquella mañana de Invierno hace ya muchos muchos años la comadrona se disponía a comenzar su trabajo acostumbrada ya a esa esa casa pues era ya el décimo parto al que asistía en aquel mismo dormitorio y a esa misma mujer. También como en anteriores veces pidió a la mujer que le acompañaba casi siempre en sus menesteres que desencajara una de las contraventanas de la única ventana de la habitación para colocarla debajo de la espalda de la parturienta para así enderezar su espalda y levantar su pelvis , cosa que favorecía considerablemente el proceso.
Su marido, muy nervioso, aunque menos que otras veces debido a la fuerza de la costumbre, jamás entraba al dormitorio mientras todo se desarrollaba y con paciencia esperaba en la cocina a que su décimo hijo llegara al mundo al lado de un buen fuego.
Así, con esta normalidad, un día nueve de Enero de mediados de los años sesenta aproximadamente a las ocho de la mañana nací yo, con la intención de hacer mucho ruido pero también con la de pasar por el mundo de puntillas, sensación que aun conservo. No puedo contar más detalles pues no recuerdo nada, todo lo que acabo de decir es lo que mis hermanos, a los cuales mi Padre hacia desfilar como los Reyes Magos ante el recién llegado cada vez que mi Madre traía un nuevo hijo al mundo, me han contado.