La percepción del tiempo es muy distinta en cada una de las etapas de nuestra vida y no por que en unas vaya demasiado rápido y en otras desesperadamente lento sino que durante cualquier etapa de nuestra vida podemos percibir épocas de aburrimiento mortal y otras de una hiperactividad un poco agobiante.

 Así llegué a la adolescencia y aquí sí que empecé a ser consciente de lo agitador que podía llegar a ser entre mis amigos. Me resultaba difícil estar quieto y cuando lo hacia no paraba de hacer cosas en mi casa. Esa amada soledad en la que me refugiaba me hacia mucho bien pues además de descubrirme a mí mismo me permitía desarrollar aspectos creativos a los que nunca antes me había enfrentado. Por aquel tiempo empecé a ir al instituto y a creerme ya mayor sin saber que nunca llegaría a serlo del todo de lo cual me alegro cada día. En este instituto se socializaba mucho más que en la escuela y fue aquí donde también empecé a darme cuenta que esto no era precisamente una de las cosas que más me gustaba. Nunca tuve problemas para relacionarme y si en algún momento me sentí rechazado no supuso para mí ningún trauma, simplemente un berrinche momentáneo.

 Yo seguía con mi guitarra dando la paliza a todo aquel que se atrevía a aguantarme que eran pocos ya que siempre estaba en mi habitación experimentando con acordes nuevos que ni siquiera sabia si existirían pero que a primeras me sonaban bien. Necesitaba compartir eso. Yo solo me aburría un poco y así fue como con algunos amigos surgieron las primeras formaciones musicales. Al principio eran solo con otros dos o tres que tocaban también la guitarra, unos bongos o una simple flauta. Nos juntábamos en el parque del pueblo y allí tirados en el césped ensayábamos horas siempre las mismas canciones. No teníamos un repertorio muy extenso e incluso llegué a hacer alguna adaptación de poemas de Miguel Hernandez el cual desde entonces y hasta ahora se convirtió uno de mis poetas favoritos. Años más tarde adapté también algún poema de Kavafis para algunos de esos temas. Eramos difíciles de soportar, yo lo notaba, pero compartir con alguien ese tipo de experiencias, por insignificantes y poco atractivas que fueran, era excitante y me animaba a seguir ese camino.

 Tocábamos allá donde podíamos que no eran demasiados sitios. Sobre todo en eventos que se desarrollaban en nuestro pueblo y eso para nosotros era ya mucho. Pero yo seguía aburriéndome pues necesitaba más. Un grupo de tres guitarras, unos bongos y una flauta era insoportable y fue así como algún tiempo después – como decía antes, difícil de precisar – y junto a otros amigos nos metimos en nuevos proyectos ya un poco mas sofisticados aunque igual de terribles. e inaguantables.

 Así tiempo después compramos como buenamente pudimos algunos instrumentos, una batería, un bajo, un par de amplificadores, y  también por fin me compré mi primera guitarra eléctrica a la que pasaba ratos simplemente mirándola con absoluta fascinación. Uno de mis amigos quería tocar el saxo, era su sueño. Cuando fuimos a Úbeda, donde se encontraba la única tienda de instrumentos en doscientos kilómetros a la redonda, a comprar mi guitarra como no había en ese momento ningún saxo se compro una trompeta. A eso no había quien le sacara un simple sonido. Menudos pulmones se necesitan para tocar semejante instrumento. A los pocos días se vio obligado a volver a la tienda y cambiarla por un saxo alto. Ya teníamos todo lo que se necesitaba para triunfar, solo nos faltaba aprender a tocar.

 La sensación  que jamás olvidare fue cuando en aquella misma tienda de Úbeda compré esa guitarra eléctrica. Una imitación de Gibson Les Paul naranja preciosa, alucinante y que supuso el comienzo de un viaje sin retorno. Tuve que entramparme por que su precio era mucho más alto de lo que yo tenia ahorrado por lo que junto a la emoción y a la alegría con la que volví a casa con mi guitarra existía cierta preocupación. Yo nunca había tenido una deuda y eso me intranquilizaba. Pase más horas mirando mi nueva guitarra que tocándola. La adoraba y con el solo hecho de observarla sobre mi cama e imaginando cosas increíbles ya tenia bastante. Mi vida en eso no ha cambiado mucho. Me paso días imaginando, o son años?

 La Madre unos amigos tenía una casa pequeñita muy bonita con su patio y su pozo en el mismo barrio en el que vivíamos y por medio de ellos, uno de ellos tocaba el bajo en nuestro grupo, nos la dejó para ensayar y para montar alguna fiesta de vez en cuando. Ese lugar se convirtió, además de nuestro local de ensayo, en nuestro cuartel general. Allí hacíamos casi de todo. Nos juntábamos cada tarde después del instituto para ensayar largas sesiones de improvisaciones insoportables ya que excepto yo ninguno de los demás sabia tocar nada y yo tampoco era lo que se puede decir un profesional. Pero lo pasábamos en grande. En invierno había tanta humedad que, como la instalación eléctrica era antigua y no había toma de tierra, al pasarnos algún cigarro o alguna bebida, como teníamos las guitarras en la mano, nos daban unos calambrazos tan terribles que alguna vez hasta saltó algúna chispa color azul. Era realmente peligroso pero no éramos conscientes de ello y nos reíamos mucho. Allí pasábamos los meses compartiendo experiencias y divirtiéndonos ya que nuestros locales de ensayo se convertían en el centro social de todos los colegas. Por allí pasaba todo tipo de gente y entre tanta multitud, el ruidazo que armábamos y las consiguientes quejas de los vecinos la Madre de mis amigos nos echaba con frecuencia por lo que durante alguna época debíamos cambiar de local.

 Hablamos con el párroco y nos dejo una habitación que había en la parte trasera de la Parroquia, parte de lo que fue el antiguo cine-club. Se trataba de una habitación situada en lo mas alto de la Parroquia  y donde por mucho jaleo que armáramos no molestábamos a nadie. Tuvimos que poner cara de no haber roto un plato en nuestra vida para que el cura viera que éramos unos jóvenes correctos y que solo queríamos hacer música. Realmente era lo que queríamos pero por más que nos empeñábamos no conseguíamos ser ni una cosa ni hacer la otra. Solo hacíamos mucho ruido.

 Así convertimos el salón parroquial en nuestro nuevo centro social en el que recibíamos a todo tipo de gente que venia con sus cervezas y demás sustancias a pasar la velada viéndonos tocar. Para subir al salón había que entrar por la iglesia así que podéis imaginarnos cruzando la nave principal cargados de “litronas” y parando en mitad para hacer una genuflexión y santiguarnos pues aunque éramos un poco subversivos nos daba un poco de apuro pasar delante del Cristo sin decirle o hacer nada…Además en esa oscuridad se sentía un poco de miedo. Pensabamos que podria castigarnos y vaya que si nos castigó!

 En la mayoría de las iglesias principales de los pueblos suele haber una campana diferente a las que se hacen sonar para los diferentes oficios que se celebran habitualmente. Esta campana se hacia sonar únicamente en casos de algún hecho fuera de lo común como un incendio, un terremoto, alguna catástrofe o algo serio de verdad. Esto viene a cuento por que cierta tarde vinieron unos amigos como era normal casi todas las tardes y al subir por la estrecha escalera que conducía a nuestro local uno de ellos al ver que esta estaba demasiado oscura vio un cajetín con varios interruptores y comenzó a activar unos y otros hasta que encontró la luz. Hasta ahí todo bien. Llegaron y nos saludamos todos. Nosotros seguimos tocando y todo el mundo se acomodó donde podía. Una media hora después y en una de las pausas que hicimos entre canción y canción oímos una voces que nos llegaban desde la calle, nos asomamos a la ventana y vimos abajo a otros amigos que nos gritaban señalando hacia arriba -“la campanaaaa, la campanaaaaa!!!”- y justo en ese preciso momento oímos la aguda campana de las emergencias sonando frenéticamente sin parar. No sabíamos qué hacer y poco a poco fuimos consciente de que teníamos un gran problema. Estuvo sonando bastante tiempo pues con el ruido de nuestra música no lo habíamos advertido y una vez que lo supimos no teníamos ni idea donde desconectarla. Sin duda uno de esos interruptores que nuestros amigos habían manipulado era el que activaba la maldita campana. Dejamos de oírla y justo tres segundos después entró el cura por la puerta del local con una cara la cual ya era indescriptible antes de este hecho pero que ahora su gesto era aterrador y su color  cercano al púrpura. Nos miro y dijo literalmente – “a la calle todo el mundo!!!”-. No sabíamos dónde meternos, que hacer, que decirle, fue una situación bastante incomoda. En minutos y sin poder mirar al cura a la cara desalojamos el local y nos marchamos. Cuando salimos a la calle percibimos cierta agitación en las calles. La gente hacia corrillos y hablaba en voz baja  preguntándose qué podía haber pasado para que esa campana que llevaba años sin sonar hubiera estado sonando durante tanto tiempo. A partir de aquel día volvimos a quedarnos sin local de ensayo. Poco tiempo después volvimos a casa de la madre de mis amigos, nuestro autentico cuartel general y  en el que más cómodos nos encontrábamos.

 Tocábamos fatal, las cosas como son. Pero aún así alguna vez alguien nos contrataba por poco dinero e incluso gratis. Generalmente era en fiestas de amigos o algun evento sin demasiada importancia pues nosotros no éramos una orquesta de pachanga, tocábamos música propia y versiones de Pink Floyd, Gwendal o alguna versión libre de clásicos del rock de toda la vida o sea algo terrible. Cierta vez nos contrataron para una boda, pero como no tocábamos pasodobles ni sevillanas ni cosas de ese estilo nos exigieron que ambientáramos la cena. Que atrevimiento pedirnos que tocáramos durante la cena con el jaleo que metíamos. Así que nos pusimos como locos a preparar aquel evento. A mí se me ocurrió, para variar, que debíamos hacer algo especial, preparar una puesta en escena original…algo que no se hubiera visto en el pueblo nunca. Mi cuñado trabajaba en una multinacional de gases de esos que se utilizan en bebidas refrescantes y cierta vez me comento que ellos comercializaban “hielo seco” el cual al contacto con algún liquido despedía un humo blanco que se arrastraba por el suelo creando un efecto muy espectacular, el mismo que ya habíamos visto en televisión o en alguna peli de terror. Le propuse a mi cuñado si podría conseguirme de eso y accedió sin ningún problema. A los pocos días tenia varias cajas de este increíble producto en mi casa. Estuvimos probándolo sumergiéndolo en agua y al principio mirábamos con fascinación el humo blanco y frio que despedía pero a los pocos minutos el agua se congelaba y el humo se extinguía para decepción de todos. Probamos con agua caliente y ocurría lo mismo pero tardaba en desaparecer un poco más. Probamos con cerveza y funcionaba muy bien aunque no lo probamos durante demasiado tiempo viendo que esa era la mejor solución. Menudo error!

 Llegó el día de la boda y antes de que llegara la gente montamos nuestro exiguo equipo y pedimos a los cocineros del restaurante donde se celebraba que nos dejaran algunos recipientes grandes y trajeran una caja de cervezas. Abrimos todas las cervezas y las vaciamos en enormes cacerolas de aluminio de las que se usan en las grandes cocinas de los restaurantes. Eran tan grandes que no había manera de disimularlas detrás de la batería o los amplificadores. La verdad es que la puesta en escena era original. Empezaron a llegar los comensales y nosotros comenzamos a tocar nuestro extraño repertorio. Habíamos avisado a unos amigos que venían con nosotros que a nuestra señal abrieran los sacos de «hielo seco» y lo volcaran en las cacerolas ya que nosotros no podíamos. Lo que no le dijimos es qué cantidad debían echar a la cerveza y cuando le dimos la señal volcaron todo el carbónico de golpe. Lo que ocurrió a continuación es fácil de averiguar. En cuestión de unos minutos las cacerolas empezaron a arrojar tal cantidad de humo blanco y espeso desde el escenario a donde la gente comía tan tranquilamente que en un rato casi no podíamos ver a dos palmos de nosotros. La gente comenzó a murmurar no sin alarma e incluso un poco de miedo pues no habían visto nunca algo igual. El humo iba remitiendo y parece que el efecto ahora si era el deseado pero cuando hicimos las pruebas previas con cerveza debimos haber esperado un poco más ya que cuando al rato miramos hacia las cacerolas vimos que salía una cantidad de espuma que llenaba casi todo el escenario con el consiguiente peligro de que se mojaran los cables. Parecía más una fiesta de la espuma que un concierto. Dios mío que más podía pasar!.

 Aquellos fueron unos años maravillosos. El despertar de la vida. Hay gente que siempre recuerda su pasado con mucha nostalgia incluso afirmado que volvería a vivir aquellos momentos. Yo no.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *